Si acaso hubiera

Françoise Roy

Karla Sandomingo

Poema 1

Françoise : Desbarrancarse

A veces, semiborrada, y contra lo que dejabas esperar, te abres. Se ve en ti una rendija llena de cosas oscuras y pesadas. Una rendija de versos, forma dilatoria de ese cartílago del alma que es la poesía.

Por máscara que parezcas, el camaleón está incompleto. Te veo mirar el sol con lupa, describir a golpe de flores el mundo animal, el vegetal, el mineral. Tus palabras son cascabelillos. La diéresis te parte en dos como un machetazo que deslinda tu todo en dos mitades : la negra y la blanca, la rumorosa y la muda, la umbría y el astro en su cenit.

Yo sí, vi el precipicio que guardas en el estómago, y que sueltas, un paso adelante, como una alcancía que escupiera sus monedas por la ranura. Tienes la mano sobre mi hombro. Dulcemente estamos sentadas al borde del vacío, tú con tus canastas de bosques diminutos en la mano y los miembros que cercenas ocultos bajo la falda, yo con la espumosidad de mi boca, la cuerda floja de lo que sueño cuando el señor de la noche me ha bajado los párpados.

Un empujón y soy pájaro.


Karla : Ceguera

respuesta a “Desbarrancarse”

Está oculta. Pero deja ver a quienes asoman un poco de su oído a la ranura. Y deja ver todo. Esa oscuridad densa retrata la ligereza musical. Habla con el tono de quien no quiere decir pero canta.

La máscara es gris, pero verde. No hay máscara. Sólo ella la mira y se la pone. La inventa. La noche le dicta el golpeteo de cada letra en el ventrículo izquierdo. El humo la esconde, pero sólo por momentos. Está ahí pero en pedazos. No son dos, ni blanca ni negra tos de cada cosa que se asoma por antojo y sin nombrarse. La luz es un hilo que se va formulando en cada pieza tocada por sus dedos.

No, no veo el precipicio ; pero me precipito a ciegas. Y veo su mano sobre tu hombro. Las veo sentadas al borde. Yo estoy detrás. Sus cabezas están a la altura del aire. Recojo los canastos llenos de bosques sin que nadie se dé cuenta, los envuelvo con la niebla de tu boca. Avanzo por la cuerda sin mayor riesgo que el peligro de ir sola.

Tú vuelas, pájaro en alas. Yo me quedo en el nido sin respuestas.

Françoise : Respuesta a “Ceguera”

Ya que hablamos de ceguera y ocultamientos, absición de la luz, que le llaman los astrónomos, haces bien en invocar las máscaras. ¿Y si en vez de oscuridad detrás, fuera la luz la que hila el antifaz al rostro? Y ¿por qué el ventrículo izquierdo? El de la sangre harapienta, fuliginosa, parda, retinta : tal vez ahí (no hago caso al maestro de retórica que me dice que son demasiados adjetivos para una sola sangre), tal vez ahí encuentre ella la oscuridad.

Pero ocurre la alquimia de nigredo a blanquedo, y el haber visto las cosas que el verso lacra instala un hilo de luz en la vena que los cardiólogos conocen por dentro, y ella tiene dentro de los vasos sanguíneos un cordel luminoso como una médula de corazón a capilares.

En cuanto al precipicio, qué hermosas nos vemos ahí al borde, como tú al borde de la claridad del primer poema, sentadas con canastos de bosques, grutas, gatos, espejos, amibas, pasto, pulsos, y todo lo que ella pone como en una subasta para gente venida a menos. ¿En verdad nos ves ahí, viendo el ocaso como niñas de buenas costumbres, delantal limpio, zapatos boleados, labios zurcidos? ¿En verdad te dice la boca del acantilado : “Karla, salta”?


Poema 2

Françoise : Floricultura en invernadero

Eres una suerte de floricultora daltónica. Conoces el secreto de las vainas, las úlceras duodenales, la osculatriz ostentosa de la osmosis que con versos osas. Tu meta no es dar brújula sino desorientar, arrojar el ocultamiento y la epifanía juntos, la pez y el vapor juntos, el bautismo y la sepultura a un palmo uno del otro.

¡Pobres objetos que tocas con tus músculos cerebrales : se desordenan al instante! Los llamas queridos y los recortas con navaja de afeitar barbas ausentes.

Tienes la palabra en la punta del pie.

He aquí tus ojos bucólicos, el ciclamen doble de tus globos de la vista que se comen de incógnito las imágenes para luego acostarlas en la cama de papel, jalando hacia ellas la cobija de aliteración, el rosario de las preguntas sin respuesta. El terciopelo pustuloso que repite una sola consonante, un espejo roto bajo el manto ocular.

Karla : Norte

respuesta a “Floricultura en invernadero”

Si acaso hubiera toda voz para escuchar, nadie diría : secreto. La brújula desorienta si se toma desde el norte. Si uno gira con ella en el pecho, la orientación es clarividente.

A veces son pobres los objetos, a veces trascendidos. El caos los llama a un orden distinto. Los convoca desde la llanura de un país ajeno a la música continua de tarareo melodioso y sabido. Ésa no es su música. Las cuerdas no vocales asemejan al abismo habitado por el eco.

La palabra en la punta del pie, de la uña, de la lengua callada. Balbucea por miedo a las palabras comunes. No quiere la comunidad. Sino la luz. Y no la encuentra.

Es un manto celino, orbe oscuro y silencioso, como el murmullo de las hojas en caída libre que no acontece para las manos. Y si las preguntas son el conteo infinito de las señales, yo me callo. Las respuestas sólo son de quien las tiene. Carezco del perfil que nombra un olfato informe capaz de trazar fronteras nuevas.

Françoise : Respuesta a “Norte”

¡Ah, las amadas comarcas del extravío! Ahí se levantaron los mapas, se desprendieron del suelo como tus pájaros predilectos. Los lugares se borran, los puntos cardinales se intercambian como veletas instantáneas, los ríos tienen rostro de montaña y viceversa. Los pasos de retroceso van ahí delante y lo andado se desanda solo.

Yo ya era experta en brújulas. Había escrito “ bajo la lente bruñida de su caja, oyes latir el corazón del tiempo”. Había dicho “la manecilla es el brazo vivo de un cuerpo muerto” . Y ahora, tú me hablas de brújulas para clarividentes. ¿Qué tipo de magnetismo siguen? ¿Qué blanco invisible las atrae?

Abre las puertas del anima, Karla, de par en par, que los batientes laman la pared. Por esa abertura de puerta, encontraste el manto celino, orbe oscuro y silencioso, los países donde fronteras nuevas aparecen, guiadas por un sabueso que despiertan olores poéticos, el pulmón de ella (el del poema de Laura) que estaba en la tarima como un animal ligeramente moribundo, y la garganta de la que hablo tanto.

La palabra va de la punta del pie a la de la lengua. En su camino de asunción, a fuerzas pasa por el continente rojo del corazón, el pulmón en el escenario, la tráquea aquélla.

Las hojas de fin de poema, cayendo, son mitad pájaro mitad yunque.



Poema 3

Françoise : Geometría

Amas la línea bisectriz, la línea agónica, la línea ágata, y a la línea tirada, nos sueltas la línea de aguas altas para advertirnos del posible ahogamiento. Luego nos surtes la línea de flotación por tu misericorde ternura, y la línea de fuego por si no advertimos tus métodos de adivinación y degüello bajo la piel tersa.

La línea de cambio de fecha, la mueves con la mano. Nada por aquí, nada por acá, y sale de tu sombrero un labio de lobo y una flor extraña, nunca antes vista, una larga lobelia de Lourdes (o de cualquier otro lugar milagroso).

Talega de madres de todo tipo al hombro, un saco de hombres empequeñecidos en el bolsillo, todos los seres giratorios se engrandecen bajo tu lupa.

¿Qué cesura en tu parte más ligera corta los versos?

¿Cómo amas sin decir a quién amas?

¿Cómo volteas el escenario para poner en lugar de duela, pradera?

Andas llena de acantilados para fénix en ejercicio de vuelo (un acantilado para colgar en lo alto nubes en calidad de ex-yunques, un acantilado para las palabras que recibieron un golpe en la cabeza y son ahora amnésicas).

Karla : Escaparate

respuesta a “Geometría”

Se advierte el divertimento de la línea que no debe ser recta aunque así lo proclama. La flotación sí, la misericordia, sí. El fuego si la campana sobrevive al calor . Yo me quedo con el cuello desprendido y ausente. Te dejo lo demás que también vale.

La línea lanza un lobo. Lava de labios que lamen libélulas. Todo cabe en su mano, en el sombrero. Pero es una copa que no puede ser manejada por ningún otro (no es un fallo). Una soledad sin embargo. La flor que nadie verá nunca, la larga senda de lugares que habita por sí sola. Nadie la acompaña.

El corte lo dan sus manos temblorosas.

Amando diciendo que ama a nadie y ama a todo

¿Y cómo establece el escenario cuando en vez de pradera es un risco o un escaparate sin cristal ni luz?

Estoy con la desmemoria. Quedo con ello y sé que los golpes son para anunciar un nuevo nombre.

Françoise : Respuesta a 𠇎scaparate”

Empezaré por lo penúltimo : el corte lo dan sus manos temblorosas. Ese corte limpio, de sutura recta, no lo puede dar su mano que bajo el viento del verso se vuelve tiemblo. No es corte de cirujano, ni es corte de relojero, ni corte de navaja para afeitar palabras. Es corte de poeta. Ahí supuran la flotación, el cuello desprendido, el lobo lanzado por la línea con aliteración de “eles”, el sombrero que oculta su puño en el fondo del anima mundi, la flor imposible de ver, la ristra de lugares donde encuentra ella la senda de ermitaña.

Un escaparate sin aluzar, eso es, una vitrina a la intemperie: los maniquíes imposibles ante el huracán que se come (¿desaparece?) la tienda entera.

Poema 4

Françoise : Laberinto de piel con pájaros

El rostro es un laberinto. Tú lo sabes frágil y enmarañado, amarillenta puerta de un mapa desertado por los países de antes.

¿Qué desvarío del polvo te hace ver pájaros con instrucciones para dividirlos? ¿Qué marea de otro color que azul inunda la barca un día de caída? Digo: versos de nidos y raíces.

Tumultuosamente garganta, el sollozo sobrenada, alza la alcantarilla al revés, el alma fluye ahí como un telescopio líquido. Te escurres dulcemente al borde de la luz, la torre del otro lado del mar.

Karla : Respuesta a “Laberinto de piel con pájaros”

Si el rostro es un laberinto, debe ser verde, de los que encantan la mirada. Yo no sé si sé de la fragilidad o de la dureza que la acompaña, pero el enredo para llegar a la puerta es exilio prematuro. Es conocer los mapas amarillos de tan viejos que aún no existen.

El polvo me enloquece. Y cuando dices que veo pájaros divididos, hablas de las dos hermanas que volaron lejos, con el pico abierto, y los ojos. Con alas grandes abiertas adustas alejadas. Las aves que ya no siendo hermanas se fueron con el instructivo para unirlas. ¡Si dijeras agua, si dijeras isla! Pero hablas de caída diurna y mi corazón se comprime. Se tiñe de paja en el naufragio.

Nidos en el puerto, olvidados. Raíces que se desprenden flácidas de la tráquea que se calla porque no tiene caso la nada, la lluvia, y el llanto.

La alcantarilla es cárcel. Es lo que detiene agua negra de mi boca. Al revés es sólo aguacero resbalando por el piso. Telescopio, telescopio; dime, ¿dónde están los astros que me dieron la espalda? ¿Dónde está mi orilla en la que debo escurrir desde mi sombra? Sombra hacia el otro lado donde la torre, donde el verdadero mar.

Françoise: Respuesta a respuesta a “Laberinto de piel con pájaros”

Sí, era justamente eso : una diáspora de pájaros que tenían como punto focal un mínimo nudo en medio de tu corazón que llamas constreñido.

Nidos en el puerto no hay : todo es cielo, sin rama alguna donde posarse. Ocultamente Cristo, el fénix —redivivo ruiseñor de falsa muerte— se rehace juntando ceniza de varias sepulturas. Carroño florece en pantanal : frágil brota en tierra mollar.

Donde la torre, te buscan canora ; donde el verdadero mar, desvedan el volar a nado.

Surcas, tajamar por pico, estela por quilla.

Bendito naufragio : Dios está en el fondo submarino, con sus manos torpes provoca la deriva continental.

¿Y si nocturna fuese la caída? ¿Y si el enredo para llegar a la puerta fuera destierro a cartografía mejor, de parteaguas nítidos, de alcantarillas selladas, de astros oscilantes al cabo de sus hilos de marioneta.

Mira en lo alto : ahí están tus astros prófugos.

Mira el mapa : ahí está tu litoral perdido, tu orilla manca.

Las aguas negras se convierten en dulce si como el de Acuario, viertes lagos en el océano. Vélas en la mira del telescopio : ahí están, sin sal, límpidas y tuyas.


Poema 5

Françoise : Piscis

Es consabido : los peces nadan al revés, pero unidos por el cinturón de Orión, su charnela de escamas que el agua desvaina. Nadan en la lluvia de tu pleura, uno al sur otro al norte, uno arriba otro abajo, uno hacia las nubes otro hacia la bruma, izquierda derecha. Corres para reconciliarlos, hacer el elogio de la unisonancia, decir “mira el punto medio, el rumbo, el ojo focal”.

Respiras con ese sonido de mar. Oyes un tintinear de copas. En cada ojo te florece un ciclamen. Les encuentras a los peces un parecido con los pájaros (en las dorsales, en su abrigo de mercurio cuando nadan alto entre los cumulonimbus). El retorcerse grácil de la luz es un mimo de ellos en sus respectivos elementos.

Ah, las lágrimas son pequeñas flores de la mar grande.

Karla : Respuesta a “Piscis”


Ojalá corriera por los mundos de los peces. Ojalá reconciliara las aletas con escamas. Todo quiere piel cuando sólo hay agua y toda el agua quiere aletas cuando sólo existen riscos. El centro del mar está en todo el mar. La salida es salina.

El ritmo de la marea es el pulmón. Te acercas más aquí, en estas líneas. Te acercas y el peligro se acerca y se acerca el sonido del mar al reventar las olas. Las olas se van y nunca regresan. Yo conozco el mar, mi país desierto. Soy como la ola que no regresa. Cuando los peces se rehusan a adquirir branquias, éstas se convierten en plumas. Y cuando los peces saltan, reclaman algo de árbol, del aire que se les ha negado.

Las lágrimas, son flores amargas amargas a la mar gastadas. Por eso en cada ojo un cardumen de sal.

Françoise : Respuesta a respuesta a “Piscis”

Salina salida te propone el mundo de los peces. Sístole y diástole del oleaje en ese mascarón que de mar te sirve.

Habla con tus dos pescados de rumbos opuestos (digo pescados de rumbos opuestos porque sueñan con pulmón, viento, epidermis y plumas). Voz no tienen, pero sí oído. Tiéndeles un espejo : ahí verán el mercurio de sus escamas. Hay que disuadirlos de cambiar de piel. No hay que atraer como imán su añoranza de agua firme. (Háblales de la piel que el aire estafila, de la rama que es brazo seco en la vastedad del color azul.)

¡Seres acuáticos que quieren final por origen, y recibirán ordalías por primicias!

Si las lágrimas son flores amargas a la mar gastadas, echadas a la sal, quizá sean tajo en la superficie del aguaje donde corre Cristo, apenas tocándolo, como mariposa aleteando sobre el embudo de una corola. Tirando a livor dulce, la tierra pródiga se desparrama, a flote en azúcar hepática.


Poema 6

Françoise : Fiereza acuática

El guerrero hiende el agua con su espada como una gran libélula que ameriza y no puede volver a levantar su vuelo parecido al nupcial. Crea violáceas salpicaduras que recaen con lancinante elegancia sobre la superficie dúctil del charco.

Tienes un felino en la garganta : sabe nadar, es criatura anfibia. ¿Cómo se llama la habilidad de habitar a la vez el agua y el fuego, como es anfibio él que sabe morar en tierra firme y no firme? Nadie le ha puesto adjetivo (si te conocieran, nacería la necesidad de ese vocablo nuevo). Al felino, le pondremos tigre. Sus bigotes te sirven de cuerdas vocales. Guarda los embriones de felix pardo en la voz, la voz escrita de los versos. Atraviesa como pájaro en desplome los aros de fuego que le tiendes.

La cólera mueve las manecillas de tu reloj, sacude tu clepsidra, revuelve tu calendario de números boca abajo, coloca todo al revés como los peces del último poema, acelera el tictac de las aves golpeando contra los muros invisibles que constelan el aire.

Las lágrimas son igual de saladas que el mar, un mar muerto donde flotaría tu alma como nenúfar recién florecido con una boca de varios labios de terciopelo blanco.

Karla : Respuesta a “Fiereza acuática”


Yo no quería hablar de guerreros. Quería proclamar aquellos seres que supongo viven en el violeta. Pero el guerrero está blandiendo su espada justo en este momento en que unos ojos acercan sus respuestas. La luz del filo no puede iluminar dos veces. Los charcos no pueden secarse dos veces. El lamento no puede quedarse dos veces. Dos veces está el ojo en el agua, dos veces la vida en la espada. El lánguido azul dividido por la frontera horizontal.

Pero no sabía del felino escondido, oculto donde tú si lo observaste. Seguro te miró desde la garra de tus dedos. Anfibia de pelaje claro y acuoso. Quisiera nombrar el pantano en el que la habitación se vuelve guarida.

Tigre me gusta y no tigresa. Entonces sería de senos caídos y de guantes delicados. Las voces le vienen de la música de afuera. El silencio le viene del rugido. Los versos se anuncian extintos. De pronto, el peligro de la voz se apaga o se levanta. El fuego es agua y fuego, es cierto. Las alas son escamas y plumas.

Cólera en la carátula opaca y boca abajo. Como el tigre último boca abajo se anuncia humilde aunque a todos engañe. No sé qué hacer con el tictac de las aves que al golpear me enmudecen de nuevo. Se cimbra algo que parece muro.

El mar es igual de extenso que la flotación de la sal en la densidad de la flor que suspendida arroja sus últimos pétalos a tus manos abiertas.

Françoise : Respuesta a

respuesta a “Fiereza acuática”

¿Y si violeta fuese tu guerra, no roja de sangre hemodialisada, sino violácea de charco en claro de bosque bajo la luz sesgada del atardecer? Las garras del tigre serían esponjas ; el filo sólo sería la curvatura del horizonte.

Tu espejo de fulgor todo lo duplica : dos veces grito, dos veces ojo (así se completa la mirada), dos veces felino (lince o león incluso : dos veces guantes de pelambre donde la uña es retráctil, dos veces fuego con un toque de agua dentro). Mas una sola vez el rugido, que apenas salido del pecho ronco de la fiera el silencio tapa con su mano de pelambre.

No te enmudezca el tictac de un reloj de pluma. Tu voz lo cubre con un manto de sonidos. De sortija le pones el aro en llamas.

Se cimbra algo que parecía muro dentro del muro de agua. Te detiene una frontera vertical (la que horizontal estaba al principio del poema, y que tu aullar levantó como un dique).

El alma no está dentro de uno. El alma se da extramuros.

OCHO SIGNOS



Françoise: Osmosis inversa

Ese árbol, arma, flor dentro de un amanecer de garganta sobre el horizonte de las cosas mudas no tiene raíces, ni en tierra ni en aire. Por osmosis inversa, te predigo el punto de partida, el ataúd donde yo había de nacer como orquídea equivocada en una vasta sábana de nieve.

Hablas de los signos donde entro. Sí, tienes razón: “el ojo izquierdo es el de la visión y la respuesta”. Mira qué hice con él, antes de que lo lamieran las “lenguas taciturnas”: lo cerré, guardé los familiares somnámbulos, encallaron en el estuche duro de mi pasado, los fui a soltar en un barco parecido al arca, sobre el largo río de terruño, rey de agua en el lejano país del que hablas.

¿Lo oyes, ese idioma de oído desajustado? ¿Escuchas la voz que me brama en la piel?

No es cierto, no me detengo: mi estar quieta sólo es ilusión óptica, como los planetas retrógrados que parecen desandar su órbita en el espacio sideral. Si aparento gravitar hacia atrás, es que me quedo inmóvil en la corriente veloz que me levita.






La madre disuelta

La madre disuelta tiene que ver con el arte de callar.

El silencio del océano (digo así porque la palabra “mar” rima con “callar”) me devolvió la mirada. No ver puede ser truco de ilusionista, y el callar, grito preso en el ojo de la cerradura.

Mis pies y mi boca se juntaron, la lengua se hizo camino.

¡Ah la madre disuelta!: sólo tú para verla en forma de yemas, hilando una telaraña de piel entre los dedos. Me la sacas del puño apretado, de la línea imaginaria que divide el rostro en dos mitades (trazo recto justo en el entrecejo), como si los ojos fueran faros intermitentes a mediados de un campo de luz, marina o fluvial. Claridad cualquiera para iluminar el otro lado de donde me observo en umbral, a puerta cerrada, flotando en medio de tus signos.




Sobre el cuarto signo

¿Qué hay del otro lado aparte de lo que no existe? Nada sino la voz que sale del ojo, el finísimo “do”, “fa” o “sol” que emite la mirada como un árbol segrega la savia.

La orilla se desdibuja al alba. Se vuelve a trazar por sí sola en el ocaso, cuando nadie, enfermo de ceguera nocturna, puede ver su perfil. Y si no fuera por la noche, daría igual: las lámparas aún no han sido inventadas, el aceite tampoco arde abajo de la mecha.

El ojo no tiene boca para tragarse todo lo que tus versos derraman en forma de signos que me atañen. Lo deja todo fuera.




La primera garganta

La primera garganta es un pozo silente (uso la palabra “silente”; según dicen, tengo giros medievales). Pozo donde un yo misma convulsa en deseos arroja monedas de oro.

Las estrellas vuelven de su hoyo de luz. El grito se acopla al sonido, sabiendo que recorre, con su estela, puras tierras deshabitadas.

La orilla no tiene dueño, es cierto, como también lo es que pronuncio norte y sur para un río de una sola ribera. El grito no traspasa el bozal.

¿Qué vemos en sueños, dime, qué se extrae de la forma para colarlo en los cálices de la niebla?

Todo lo que vive en medio carece de voz.




Telón de nacimiento

Tal vez había de verdad, detrás del telón de nacimiento, una mujer ausente. Quizás realmente dio a luz un vástago hembra (yo) que al nacer perdió las dos cabezas.

Ella no dormía frente a mí, en su triste cama de parturienta: estaba, más bien, desaparecida, esfumada, como un bailarín desaparece en el espacio, un poeta se esfuma en la música del verso. Las noches eran dos, hospedando soles extintos como velas antiguas, a falta de pabilo y cebo nuevo. Ninguna tenía camino transitable.

El entrecejo, el tercer ojo (y valga la rima), la cuarta palabra no oída después del “te quiero mucho”. El rostro de ella cubre mi desmemoria. Toda mi amnesia, la heredé a manera de fruta: cuelga en la rama seca del árbol genealógico que compartimos durante un mínimo instante de parto.

¿Era escarpa de donde lanzarse o llanura donde pacer, aquel paisaje de llegada?

Escurrí sangre como zumo desde la copa vacía de su regazo, y su nombre sigue desconocido. Seguramente no recuerdo la espalda que me dio ella.





Siete y ocho

La señal séptima y la octava son tan parecidas bajo la luz del amanecer que se confunden en una sola nave surcando como cisne las orillas que bordeamos con las manos.

Las mejillas no tienen gravedad, y aun así, dices “tus pómulos pesados”. La tela es de paño basto, y aun así, hablas de la “delgadísima tela” donde se traslucen mis dedos sujetando una pluma de vuelo.

Sí, le perdono a mamá las distancias. Sólo ocurre que fui herida de amnesia: olvidé su muerte y la despedida.




Simplemente ocho

No recuerdo qué decía el signo número ocho. Mas dije acerca del número siete que es gemelo del que sigue. Las olas lamen a babor y a estribor el casco de un navío que desde altalago mira las orillas lacustres. Nuestras manos ebrias de laguna las dibujan como sobre un mapa .

Cuando suba la marea, cubrirá los recuerdos aún expuestos a la luz lunar.

En el bolsillo pongo los metros que nos separaron. Su muerte supo congregalos en un solo camino, antes del centrífugo vuelo del alma.



De carruajes

La última señal siempre es la más confusa. ¿Sí es realmente un carruaje azul el que corta al tajo la cortina de niebla? ¿O es un coche de pordiosero jalado por dos galgos sarnosos? ¿Voy sentada a la izquierda, a la derecha, o los puntos cardinales cambian de lugar según el ángulo del ojo que mira?

Mencionas un pueblo con barrendero. El pueblo sí tenía barrendero. Pero en aquella hora nona de descolgar yo el sol a veintiocho grados previos al solsticio (era diciembre, hacía frío; la tierra nevada estaba por soltar el alba como paloma febril en el puño entrecerrado de la noche), él hibernaba: no barría la calle sino los sueños, con su escoba de adentro.

Te concedo la imagen de la carroza color de cielo. Nací a las 4:35 de la mañana. La escarcha subió por el mástil de mi garganta ocupada en dar el primer grito. Aparté con las manos la falda de neblina.

Mis dedos recién nacidos fueron hojas de cuchillo.