5. El pericardio

Tela de un pétalo translúcido.

Estuche de dos hojas que envuelve en sus invisibles valvas la perla latiente del corazón.

Tegumento de satín en cuya malla Dios ha puesto esa joya rojísima que bombea el zumo de la sangre.

¿Qué le hace a la almendra febril que el joyero de Arriba le encomendó? ¿La vela para volverla más secreta?

¿La protege como la fina película de un escudo de organdí?

¿La viste, lechosa indumentaria, piel de cebolla que oculta las muñecas rusas de las cámaras cardiacas, para que al pelarlas la muerte, sólo quede —gema que en el centro mismo brilla con el fulgor de un sol antes de apagarse— el pequeño hueso del amor?

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Adéndum: El pericardio es tanto la cavidad donde se encuentra el corazón como la membrana de dos capas que lo envuelve y lo protege. Entre las dos capas de ese saco, hay un líquido que lubrica el órgano cardiaco y permite que se mueva con facilidad al latir.



9. La laringe


¿Qué músico, ebrio de notas, te puso dentro la lira de Orfeo que hacía llorar las piedras y caminar los árboles, apaciguaba las tormentas y sosegaba las fieras, lira no de siete sino de cuatro cuerdas, de las que sólo dos producen sonido?

Pedestal humilde para la cámara de los pensamientos, protege el país del

grito, del murmullo, del ronroneo, y porta en su centro el mapa enrollado de las palabras, pergamino de sílabas que hace las veces de cálamo en la pizarra transparente del viento.

Cálamo de aire, carrizo de cartílagos que iza en su asta bandera el invisible hilo negro de la voz y desenvaina el sable del canto, del aullido, del “te quiero”, el suave látigo de las palabras.

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Adéndum: La laringe es el órgano tubular que comunica la tráquea con la faringe y constituye el principal vehículo de la fonación; permite el paso del aire y se cierra durante la deglución para impedir que la comida se vaya a los pulmones.

El ensanchamiento de sus anillos produce en el varón la llamada “nuez” o “bocado de Adán”.



27. El hueso iliaco


Hueso de la cadera, mariposa pétrea bien en medio de su estuche.

Dios es perito coleccionista, y con alfileres invisibles la fijó a la tabla del cuerpo, cubriéndola de piel para disimular a su pequeño asesinado y hacer que sólo los radiólogos pudieran verla detrás del cristal opaco de la piel. Desde entonces —acabada milenios atrás la caza con red en campos floridos— todos tienen ese insecto alado entre norte y sur del cuerpo, inmóvil en su atuendo de calcio, charnela gigante que une el doble trocánter mayor y la serpiente de las vértebras lumbares.

Por alas el hueso ilíaco y el isquion, por tronco el sacro (con sus cuatro pares de ojos ciegos), esa falena petrificada no trae mala suerte, sino la gracia de los que caminan.

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Adéndum: Pulgada por pulgada, el gran hueso de la cadera, también llamado “hueso iliaco”, es una verdadera maravilla de la ingeniería corporal. Los ortopedistas lo consideran más resistente que el concreto mismo. Ese hueso aplanado deriva su nombre del íleon, nombre que se le da al tercer tramo del intestino delgado.



39. El deltoides


Esa roja madera cañiza que duerme bajo la seda del hombro (tan ceñido en su caída de mantelería fina) y se tensa como cuerda floja bajo los pasos de diminutos funámbulos, es la que ha dado su alabastrina belleza a las estatuas griegas. Igual es molde que indica curvatura, líneas, movimiento liminar, equilibrio de las formas.

¡Cuántos siglos con la hoz, el machete, el saco de piedras, la pala, los hatillos de heno, el cincel, el martillo, ejerciendo la delicada dureza de mil oficios! Dios —el gran X que quiso animar las pequeñas x que somos— estaba enamorado del pilar torneado que es un hombre trabajando, del tembloroso mármol de su andar.

Sólo se les pudo ocurrir a los anatomistas darles nombre tan feos a esos cordajes de carne viva, que vestidos de piel, cincelan la hermosura del cuerpo humano: sartorio, bíceps, deltoides, esternopronador, glúteo, esplenio, plantar delgado cleidomastoideo, cubital anterior, ancóneo. Otros, más afortunados, se salvaron de la fealdad léxica y en la pila bautismal encontraron esa dama llamada Poesía: el trapecio, el palmar menor, el soleo, el radial externo.

Hasta el rojo cañizo que extiende en su tabla el carnicero no es sino el músculo muerto de un buey en flor.

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Adéndum: El deltoides es un músculo que pertenece al hombro y funge como principal encargado del movimiento con el que uno levanta y baja el brazo. Tiene forma triangular y se origina a la mitad de la clavícula, en el borde externo del acromion.

Su nombre, “deltoides”, se deriva de su parecido gráfico con la letra griega delta.



41. El puente de Varolio


Tienes nombre de pasarela arqueada sobre las aguas de Venecia. ¿Será Varolio el apellido de un amante, pañuelo en mano, cuyo destino lo condenó a la eterna espera, asomado a la corriente del callejón surcado de góndolas, como un Narciso fallido viéndose en el espejo del amor, fantasma azul detenido en un atardecer tristísimo del Véneto?

Tan hermosamente bautizaron a eso que eres: soga medulosa que sirve de zoclo para los dos hemisferios (no el Norte y el Sur de los mapas, sino el izquierdo y el derecho de la inspiración y del cálculo), simple sistema —por intrincado que sea— de fibras nerviosas blancas, entrelazadas transversal y longitudinalmente, que conectan el bulbo raquídeo con las dos mitades del cerebro.

Y sin embargo, todo pasa por ti, umbral entre las ideas y la pierna que recorre mundos, los dedos que acarician y la mano que apuñala. Si bien no eres el amante imaginario que en mi pila bautismal adquiere vocación de oteador de góndolas, aun tú tienes que viajar del área de Broca al tálamo rojo del corazón, para existir aquí, en este humilde poema, y llamarte así, en eso que dos siglos atrás salía de pluma de ganso.

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Adéndum: El puente de Varolio es el segmento más prominente del tronco del encéfalo.

Contiene en su núcleo otras partes que al parecer cumplen una función de importancia en la regulación del sueño y el estado de alertamiento. Deriva su nombre de Constanzo Varolio, médico italiano del siglo XVI, profesor de anatomía y fisiología en Bolonia y en Roma, quien se dedicó especialmente al estudio del cerebro, acerca del cual aportó nuevos conocimientos.



69. Las glándulas lagrimales


Dos mares, diminutos mediterráneos, guardan sus cardúmenes dentro de sendas talegas ocultas en la base de la nariz. Trastería de peces que no existen, de caracolas antes de su formación, de buques regiamente abanderados que nunca zarparon y jamás tragará el acuoso vientre del océano.

No busquen ahí especimenes de las profundidades con tres ojos y una cresta fosforescente, ni veleros en prestas ventolinas que enguirnaldan una colección de velas aurigas y latinas. Tampoco busquen peces vela o delfines que hienden el agua mollar del sembradío marítimo; pero sí, piélagos de sal tan grandes como una gota, que un diluvio imperceptible acumulara en odres pequeños.

Peras que penden de las carúnculas lagrimales —sabiamente protegidas bajo la sábana de la piel— son las glándulas del llanto. Una palabra, una visión, un recuerdo los presiona con su dedo, y lo que de mar previo a los paramecios contenían escurre mejillas abajo, en la linde entre corazón y boca.

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Adéndum: Las dos glándulas lagrimales asemejan, en tamaño y en forma, una almendra pequeña. De ellas salen una docena de conductos, desaguando sobre la conjuntiva del ojo en la parte superior de su comisura externa. Su función es producir las lágrimas, que tienen doble cariz: tanto sirven para lubricar el globo ocular, evitando que se reseque, como para expresar una emoción viva, ya sea de dicha o desdicha.



75. El ombligo


Punto de cruz en la materia prima de la madre.

Nudo agostado que marca como lápida en la greda el lugar donde se enredó ella con el hijo en su pequeño mar portátil.

Como una muesca en el cuerpo para recordar dónde debe ir algo, el ombligo da fe de una lenta hibernación: los nueve meses transcurridos en el reino de Anfitrite, aguas blandas de una fontana esférica.

Ojo rizado al centro del cuerpo, mira sin parpadear el rumbo del cordón de plata, tallo de una flor mágica que abre corola en el país de los sueños.


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Adéndum: El ombligo es la única cicatriz que comparten todos los mamíferos, sean cuales fueren. Por ser la marca que deja el cordón umbilical en el cuerpo y por ubicarse en medio del mismo, ha llegado a simbolizar, en la mitología universal, el centro del mundo, el lugar de dónde se origina la Creación. A la estrella polar, por ejemplo, se le llamaba a menudo “ombligo del cielo” porque la bóveda celeste parecía girar en su derredor. La costumbre, en muchas culturas, de conservar el cordón umbilical de los recién nacidos viene de la creencia de que éste es un “doble” del nuevo ser. Los Incas, igual que importantes civilizaciones mesoamericanas, llevaban a cabo el ritual de conservar el cordón umbilical con gran esmero, del mismo modo que las comadronas en la Berlín antigua recomendaban que cumpliera con este rito el mismo padre de la criatura recién nacida.



89. El paladar


Techo que eres, si uno te mira con detenimiento, ve un mar petrificado; agua que se tornó carne; olas, antaño sedosas y espejeantes; surcos algo menos duros que la piedra.

Dicen de ti que eres el juez de los sabores, el mandamás de la gastronomía (es un fino paladar, tiene buen paladar), pero se equivocan: tal delicado oficio pertenece a la lengua, no a ti, humilde obrero de la deglución y fonación, que impide además (tan contundente como una puerta) que los alimentos se introduzcan en la nariz.

Te consolaré diciendo que tienes, además de la pétrea concha que te sirve de esqueleto, un velo. ¿Hay algo tan afín a la poesía como un velo? No bien retira su majestad el sol, con largos velos, la luz, apareces, ojo que en ti guardas tanto sueño bajo un velo de llamas. Enfunda tu cuchillo, y tú, a lo lejos las redes colgadas de los techos como velos nupciales, recoge tus vestidos de manta como bultos de velo: con cada soledad aparejada, larguen sobre el mar que llamea un sacramento de sal en su flanco abierto.

Y tú, el don nadie, coronado de un velo...

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Adéndum: Pared superior o techo de la cavidad bucal, el paladar se divide en dos partes: la bóveda palatina (paladar óseo), que recubre los primeros dos tercios de éste, y el paladar blando (velo del paladar), que recubre su tercio posterior. La interacción entre el paladar y la lengua es lo que permite pronunciar las letras del alfabeto. Muchas creencias rodean la malformación conocida como “paladar hedido”, que según los mitos populares se debía a que la madre había sido asustada por una liebre (de ahí el término “labio leporino”) durante el embarazo, siendo ese animal símbolo lunar, ligeramente maligno, en la cosmogonía medieval.



99. El aparato de Golgi

Ahí donde acaba el telescopio, empieza el microscopio.

¿Cuál de los dos tiene la vista más grande?

Victor Hugo

(Los miserables)

Laberinto rojo, corazón fragmentado del citoplasma que obedece al dios de las cosas microscópicas.

¿Qué habría dicho de ti el pañero Leeuwenhoek, Quijote de la bioquímica sin él saberlo, cuando vio por primera vez en la Historia bacterias y animálculos en una gota de agua? Aunque hubieran sabido de ti entonces, igual hubiera sido acusado por sus detractores nuestro comerciante de telas.

“Enciérrenlo, quémenlo, posee una imaginación desbocada, y reta —herejía casi— el alcance, la fidedigna humildad de los ojos que Dios le ha deparado al hombre”.

¿Hubieran exclamado ellos (igual que lo hizo el holandés, asomado a su lente milagroso) que lo más pequeño del cuerpo también tiene dentro cuerpos más diminutos aun? ¿Quién le hubiera dicho a nuestro fabricante de paño que en una sola gota de sangre se entregan químicos y venenos, antídotos y lípidos, operándose la incesante alquimia de la vida? ¿Qué hubiera susurrado al ver el aparato de Golgi?

Cada célula lleva en su vientre una horticultura secreta (excelso hembraje [las flores siempre son damas], rosas escarlatas). Ahí ha extraviado su espiral, tan minúscula que ni Leeuwenhoek, con su microscopio, hubiera creído en su existencia.

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Adéndum: Parte fundamental de la biología molecular, el aparato de Golgi es el orgánulo central de una red celular tan activa que un cuerpo humano adulto produce diario trescientos mil millones de células nuevas y cuenta con cien billones de células, de las cuales la mayoría tiene un diámetro inferior a una décima de milímetro. Tanto las células vegetales como las animales tienen dentro esas pequeñas estructuras en forma de palo curvos paralelos, cuya función es la glicosilación (es decir, el proceso químico por el cual se adiciona un carbohidrato a otra molécula) de proteínas y lípidos, así como la síntesis de polisacáridos de la matriz extracelular. Este organelo microscópico presente en las células toma su nombre de Camillo Golgi, que, junto a otros investigadores, recibió el Premio Nobel de Medicina en 1906 por sus trabajos sobre microbiología celular.