La ventana de la sala da a un sauce llorón

            La ventana de la sala da a un sauce llorón que le recuerda a la inquilina de la casita glorias pasadas. En ese hogar recién estrenado que parece casita de duendes, ellos han tenido que mudarse para escaparse de una evicción venidera, tan segura como la rotación de la Tierra. El camión alquilado para trasladar recuerdos y objetos llegó en la mañana. “Somos como leprosos” piensa la señora, "personas non gratas ahuyentadas fuera de los muros de la ciudad, no por peste ni por enfermedad contagiosa, sino por una pobreza recién adquirida".

            Ella se consuela: el jardín, pequeño, rebosa sin embargo de jardineras coloridas. La jaula con aves canoras que todavía está cubierta por una sábana (una suerte que los pájaros comen tan pocos, y que ella no tuvo que deshacerse de ellos) colgará de las vigas del tejabán, una vez que ella haya acomodado todo. El piano, por lo pronto, tendrá que dormir en el garaje como niño bien portado que no chista cuando le dan órdenes.            Los muebles estilo Luis XIV, heredados de sus padres, lucen gigantescos en el recibidor que fungirá como sala de la casa, pero ella simplemente no se resignó a venderlos, ni el piano ni el juego de sala. La tapicería de los dos sofás de terciopelo color granate, rematada por flecos dorados que parecen acariciar sus patas labradas, contrastan con la desnudez, la pequeñez de las paredes limpias y sin desperfecto de la nueva vivienda.

            El refrigerador de dos puertas verticales ―de las que una es del congelador y la otra de la nevera― no cabe en la cocina, y los cargadores de la mudanza tuvieron que ponerlo, mientras, en el comedor. Luego encontrará su lugar; "todo en la vida encuentra su lugar", se consuela la señora al acomodar las últimas cajas que quedan, mientras sus hijos miran desolados el desastre de muebles tamaño jumbo que dan, junto a las demás pertenencias, un aire de baratillo a las cuatro piezas que será de hoy en adelante su morada. Quién podría rebatir lo que ella se repite mentalmente en ese momento para subirse los ánimos: el alma encuentra su lugar en el cuerpo, ni modo que se quede flotando sin amarras, así que las paredes de la casita se estirarán para que quepa todo o los ojos de sus miradores se acostumbrarán a ese nuevo orden.